sábado, agosto 06, 2005

Hace 60 años...

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El 6 de agosto de 1945, el B-29, bautizado como Enola Gay, lanzo sobre la ciudad de Hiroshima la primera arma de destrucción masiva en combate. La bomba nuclear. El artefacto, de 20 kilotones (equivalente a 20.000 toneladas de explosivo convencional) arraso cerca de 12 km cuadrados de la ciudad, reduciéndola a cenizas, unas 140.000 personas murieron en la explosión. Otras miles de ellas morirían en años e incluso décadas venideras a consecuencias de las radiaciones. Tres días después, el Bockscar, otro B-29, lanzo una segunda bomba sobre Nagasaki, causando 120.000 muertos aproximadamente; al día siguiente el Emperador se reunió de urgencia con sus ministros para tratar la rendición de Japón como única manera de evitar la destrucción. El 15 de agosto se hacia oficial la rendición.
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El ataque fue celebrado por todos los aliados que veian asi el final de una larga y costosa guerra, influenciados por la versión oficial y "humanitaria" que dio el gobierno. El ataque fue una demostración para forzar la derrota nipona; si fuese necesario invadir Japón para forzar la rendición las bajas entre los soldados norteamericanos serian de centenares de miles, aunque minúsculas comparadas con las estimadas entre los japoneses, forzados a luchar hasta el ultimo aliento según su código del honor. Sin embargo la cruda realidad incontestable fue que los ataques de Hiroshima y Nagasaki fueron una demostración de fuerza, no a un Japón moribundo y extenuado, sino a la Rusia comunista de Stalin que se perfilaba como el enemigo del mañana. Multitud de datos llevan a pensar que los ataques atómicos eran innecesarios. Japón estaba al borde del colapso tras 4 años de guerra; sus ejércitos estaban diezmados, los contingentes que aun no se habían rendido estaban exhaustos y arrinconados; su otrora flota imperial se hallaba reposando en el fondo del mar, solo unas poquisimas unidades menores sobrevivieron a la masacre. Las fuerzas aéreas tenían una acuciante necesidad de pilotos con experiencia. A todo esto se sumaba una escasez crónica de combustible para toda clase de vehículos, terrestres, aéreos y marítimos. Las formaciones de B-29 volaban impunemente sobre los cielos japoneses, e incluso se permitían avisar con antelación de sus objetivos, a fin de evitar bajas civiles y minar la moral. El control del mar de los americanos, unido a una campaña de minado, había aislado al archipiélago de toda importación de materias primas y viveres necesarios para continuar una guerra. Algunos políticos japoneses empezaban a considerar la rendición como una salida a la virtual destrucción de Japón. Aunque lentamente, la realidad era que Japón no aguantaría mucho antes de sucumbir. E incluso se podría haber dado una muestra de buena voluntad, explosionando la bomba en una isla desierta, o sobre el mar; una demostración que habría aterrorizado al samurai más duro.
El comandante Paul Tibbets, y responsable del Enola Gay jamas se arrepintió de sus actos, a pesar de las leyendas en torno a él; es más, Tibbets estaba bastante orgulloso por haber participado en la victoria de su pais de esa forma. Sin embargo el Mayor Claude Etherley, aviador del B-29 de observación que debía grabar el ataque sufrió trastornos mentales en años venideros por el sentimiento de culpa. Leonard Cheshire, experimentado aviador del mando de bombarderos de la RAF británica, también presencio el ataque a bordo de un B-29 y dolorido por la brutalidad del ser humano se retiro una vez acabada la guerra, convirtiéndose al cristianismo y fundando un hospital. La tripulación del Bockscar que atacaría Nagasaki tres días después también vivirían con sus remordimientos, fundando una asociación de ayuda a los enfermos para paliar su sentimiento de culpa. E incluso el comandante en jefe de los aliados en Europa, y futuro presidente de los EE.UU. Dwight Eisenhower se lamento que tan mortífera arma se hubiese arrojado sobre población civil.

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